EXAMENES Y TRABAJOS. QUIEN HAYA TENIDO ALGÚN PROBLEMA DIGITAL LO HARÁ O LOS ENTREGARÁ EL PRIMER DÍA EN SU HORA DE CLASE. BUENA SUERTE!

REDES SOCIALES

Están muy de moda y a veces no pensamos el alcance que pueden tener....
Vamos a ver el film sobre el creador de facebook y trabajaremos sobre este tema. 

Los arrepentidos de Facebook
 
¿Comunicación social del futuro o forma de control permanente? ¿Medio de expresión libre o instrumento para coartar la libertad personal? ¿Espacio estrictamente personal o portal de imagen pública? En el imperio de las redes sociales en Internet quedan todavía muchas fronteras borrosas, fuente de graves problemas para los internautas. Con los beneficios de sitios como Facebook, MySpace, Twitter o Tuenti han llegado los efectos adversos: despidos, acosos, traspiés y demás problemas en unas redes que, a veces, pueden llegar a convertirse en enredos de pesadilla.
Al principio existía MySpace, que popularizó el uso de la página personal. Después de su comercialización, en 2003, cualquiera podía disponer de un foro online en el que dar rienda suelta a su vanidad y mezclar fotos, música e ideas. Todo aquello lo asumió y lo popularizó Facebook, que además unió la famosa línea de "¿Qué estás pensando?", que se convirtió en el centro del universo para Twitter.
Twitter, por su parte, se ha convertido en algo ubicuo, una red en la que expresarse con límite de 140 caracteres y que ha dado lugar al verbo twittear. Desde la pasada semana, además, opera en español. Hoy en día todos twittean, desde la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, al papa Benedicto XVI o la estrella televisiva Oprah Winfrey.
España dispone de su propia red. Se trata de Tuenti, creada en 2006 y a la que se accede exclusivamente por invitación. Según su director de comunicación, Ícaro Moyano "cuenta con 6,8 millones de usuarios y es la página con más tráfico de España seguida por Google".
El líder mundial en su terreno es Facebook. Dispone de 300 millones de perfiles, casi un 5% de la población mundial. La mitad se conecta a esa red a diario. El usuario medio tiene una lista de 130 amigos. Ese grado de interconexión y omnisciencia la ha hecho inmensamente popular.
Según BJ Fogg, director del Laboratorio de Tecnologías de la Persuasión de la Universidad de Stanford (California), identificado como uno de los gurús tecnológicos del momento por la revista Forbes, todo eso se debe a que es "la tecnología más persuasiva que ha existido". Según este psicólogo, los creadores de ese portal lograron una de las armas de convencimiento e incitación más perfectas del mundo online. "Facebook persuade porque te notifica qué novedades te aguardan si te conectas. Te dice que tienes un mensaje, que han etiquetado una foto con tu nombre, que te han invitado a un evento. Entonces quieres verlo, quieres experimentarlo. Y te conectas. A otro nivel distinto, tus amigos en Facebook crean una red de centenares de personas que está presente en Facebook, de la que eres parte, en la que te sientes integrado", explica.
A veces, sin embargo, puede ser un arma peligrosa. Para Curtis Smith, teniente en el cuerpo de Marines de EE UU, ha sido una fuente de preocupaciones y ansiedad creciente. Cuando se alistó, en 2008, borró a casi todos sus amigos de Facebook. Iba a conocer a muchos soldados, llegados de todos los rincones del país. Sabría casi todo de ellos, y ellos sabrían casi todo de él.
Como todo joven de 24 años, el teniente Smith, que ha preferido usar un pseudónimo, había tenido hasta entonces una ajetreada vida en Facebook. Exhibía fotos, vídeos e ideas. Había mucha información en su perfil. Demasiada, pues quedaba claro que era gay. Y en el ejército de EE UU impera una ley que prohíbe a los homosexuales reconocer que lo son cuando prestan servicio en las fuerzas armadas, bajo riesgo de expulsión.
Smith decidió prescindir de sus amigos de Facebook. Uno a uno, los fue borrando a todos. "A los que me importaban, a mis amigos de verdad, se lo dije. A los conocidos, simplemente los eliminé sin más", explica. "Era necesario. Es casi imposible estar en Facebook, ser gay y ocultárselo a los demás soldados. Ellos están también en la red. Te añaden. Y te preguntan por qué no les aceptas. Puede llegar a ser una pesadilla".
Las redes sociales suelen cumplir una buena función. Según el psicólogo clínico Michael Fenichel, las aplicaciones como Facebook "ofrecen muchas cosas valiosas en un solo paquete, por eso mucha gente acaba confiando en ellas como su hogar para toda la actividad online que no esté relacionada con el trabajo". "Facebook puede satisfacer necesidades muy variadas. Proporciona la demostración de que uno es popular con listas de amigos largas. Permite recobrar el contacto con amigos", añade. "Individualmente, puede hacer cosas maravillosas, como permitir a un parapléjico que debe permanecer en casa hacer amigos y conocidos con otros que comparten el mismo tipo de discapacidades, o que ni siquiera imaginan que él pueda tener una discapacidad. Puede ser muy liberador".
Tanto, que uno puede escapar del lugar de trabajo en un solo clic, para comentar unas fotos del viaje de verano o para cultivar una granja online en aplicaciones lúdicas. De hecho, el uso de redes sociales en el trabajo se ha convertido en un dolor de cabeza para las empresas. Una encuesta reciente de la consultora Nucleus Research reveló que, cuando una empresa no prohíbe el acceso de sus ordenadores a Facebook, acaba perdiendo un 1,5% en productividad laboral de sus empleados.
En este mismo estudio, en el que se entrevistó a 237 empleados, se descubrió que un 77% de ellos tenía cuenta en Facebook, y que cada uno se pasaba, de media, unos 15 minutos diarios de horas de trabajo conectado a ese portal. Con un panorama semejante, no es de extrañar que, a día de hoy, un 54% de las empresas estadounidenses haya prohibido el acceso a las redes sociales a través de sus servidores, según una investigación de la consultora Robert Half Technology, que analizó unas 1.400 compañías.
Para aquellos a los que se les permite navegar por redes sociales, existe un riesgo, muy real, de ser despedido. No sólo por conectarse simplemente a Facebook o MySpace, sino también por colgar en la Red información sensible o comprometida. La consultora Proofpoint acometió un análisis sobre la filtración de información corporativa confidencial a través de redes sociales en 75 empresas de más de 1.000 empleados. Un 8% de ellas despidió, por lo menos, a uno de esos empleados por difusión de datos privados a través de esos sitios web.
En EE UU ha habido casos llamativos, bruscos finales de carreras brillantes a causa de enredos antológicos en una red social. Y si no, que se lo pregunten al jurista Jonathan MacArthur, que en 2007 perdió su puesto como juez sustituto en los Tribunales de Justicia del Norte de Las Vegas (Nevada) por la información publicada en su página personal de MySpace. En ese sitio web, MacArthur destacaba uno de sus intereses personales: "Romperme el pie estampándoselo a los fiscales en el culo... y mejorar mi capacidad de romperme el pie estampándoselo a los fiscales en el culo".
No hay evidencias ni acusaciones de que MacArthur haya agredido, jamás, a un fiscal. Su comentario, hecho en una página personal, suena a broma. Si se le pregunta, lo confirma: "Era, obviamente, un comentario jocoso". Este experto abogado criminalista, con un currículo impecable, había anunciado que se presentaría a las elecciones para juez en 2008. El campo de su probable oponente comenzó a investigar en su pasado. Otros compañeros de profesión le comentaron que corrían por la Red correos electrónicos con sus comentarios en una página de MySpace. Finalmente, el fiscal del distrito David Roger presentó en el juzgado aquel fragmento de la página personal de MacArthur, junto con otras muestras de su perfil de MySpace.
"Roger, envió un correo electrónico al tribunal explicando que si yo volvía a trabajar como juez sustituto, presentaría mociones para recusarme en todos los casos, y presentaría una demanda ética en mi contra", explica MacArthur, que sigue trabajando en Las Vegas como abogado, después de perder unas elecciones a juez hace un año. "Todo fue una sandez sin fundamento, pero suficiente para convencer al juez titular de que utilizarme como juez sustituto era un riesgo para su imagen innecesario".
MacArthur destaca lo obvio. Que el comentario lo había hecho desde el punto de vista de su anterior ocupación, como abogado defensor. Que se había sacado de contexto. Y que, además, las duras limitaciones de imagen pública que se aplican a los jueces titulares no sirven para los jueces sustitutos. "El 10 de agosto de 2007 se me informó de que no volvería a prestar servicio como juez sustituto. Nadie de la administración de justicia me pidió una explicación o el acceso a mi página completa de MySpace".
Aquel ascenso frustrado es una prueba de que los oponentes -en el trabajo, en unas elecciones, en la política- pueden buscar y buscarán en las redes sociales información dañina que usar a su antojo. "De momento no creo que regrese a la política. Todo aquel proceso me costó un alto precio", añade MacArthur.
Es normal que, para analizar el rendimiento laboral y las capacidades de los trabajadores, los jefes y responsables utilicen no ya buscadores como Google, sino también las nuevas redes sociales. Según un reciente estudio de la página web de información laboral CareerBuilder, participada, en parte, por Microsoft, un 29% de los empleadores usa Facebook para comprobar si un candidato a un puesto de trabajo es el adecuado o no. Un 21% prefiere MySpace y un 26%, la red profesional LinkedIn.
Llaman la atención las razones de las empresas para no contratar a candidatos, todo un manual de qué no hacer en Internet: "El candidato colgó fotos o información provocativas o inapropiadas en un 53% de los casos... El candidato colgó contenido en el que refería beber alcohol o tomar drogas en un 44% de los casos... El candidato hizo comentarios discriminatorios en un 26% de los casos... El candidato mintió sobre sus cualificaciones en un 24% de los casos".
Parecen cuestiones de sentido común, pero en Facebook o MySpace el límite entre lo estrictamente privado y personal y la imagen pública es extremadamente borroso. ¿Quién no tiene a un compañero de trabajo o a algún jefe en la lista de amigos de Facebook? ¿A quién no le han etiquetado en una imagen con una copa en la mano? ¿Quién controla a la perfección los ajustes de seguridad para evitar que información privada esté al alcance de cualquiera?
Hay gente a la que esa interconexión le supone más un problema que un activo. Eugene Jones, trabajador del sector inmobiliario de Washington, de 28 años, no tiene Facebook, ni Twitter, ni MySpace. Cree que no le aportan nada a su trabajo y confía en una forma de comunicación más directa y sencilla. "Cuando tengo algo que decir, lo digo en persona o a través del teléfono o el correo electrónico".
Parece algo lógico. Generaciones enteras han vivido de ese modo. Pero hoy en día, en EE UU, es una tarea muy ardua encontrar a un solo joven de 15 a 30 años que no tenga Facebook. Cualquiera tiene una cuenta, aunque sea sólo testimonial. También están los actualizadores compulsivos, los que cuelgan fotos, cultivan granjas virtuales, difunden los vídeos que más les gustan y lanzan ovejas, zombies, corazones y bolsos de marca a sus amigos. Jones lo confirma: "Cuando la gente me dice que me va a añadir en Facebook y yo respondo que no tengo perfil, me miran como si estuviera loco, de verdad".
Según el doctor Fogg, de la Universidad de Stanford, la actitud de Jones es anacrónica. "No conozco a nadie que se haya dado de baja en Facebook. Esa actitud sería semejante a decidir abandonar la sociedad y vivir aislado en el desierto. Hay y ha habido, de siempre, gente que prefiere ese estilo de vida. Pero yo no lo veo como algo natural. Lo interpreto como una declaración de principios, como una voluntad de no estar conectado a una amplia red social".
El teniente Smith, de hecho, ha decidido regresar a Facebook. Va a dejar el cuerpo de Marines el próximo año. "Por divergencias entre cómo veo yo la vida y qué representan los marines", explica. De momento, ha añadido a algunos amigos. "A los de hace tiempo los tengo en un perfil limitado según el cual no pueden escribir mensajes en mi pizarra ni pueden etiquetar fotos con mi nombre. Es una medida preventiva hasta que logre la baja definitiva del ejército".
Hasta entonces, Smith seguirá sin estar plenamente en Facebook. Y eso le seguirá acarreando problemas con sus amigos, que pensarán que está limitando su libertad de expresión. Puede que las redes sociales llegaran hace poco más de cinco años, pero en el cambio de década son el campo en el que se juega la comunicación del futuro. Y para la inmensa mayoría no hay vuelta atrás.


Las letrinas de Internet

Periódicamente, me tropiezo con amigos que, un tanto mohínos o desencantados, me reprochan que no los haya agregado a mi página de Facebook; y con perplejidad les contesto que difícilmente podría agregarlos, no teniendo página en Facebook ni malditas ganas de tenerla nunca. También recibo de vez en cuando llamadas de amigos que me advierten que hay varios perturbados y resentidos que, usurpando mi identidad, han abierto chiringuito en Facebook, desde el que aprovechándose de la credulidad de mis seguidores más despistados, profieren todo tipo de indecencias y bestialidades, que ponen en mi boca. Con este artículo quisiera advertir a mis lectores que no me hallo en Facebook ni en ninguna otra red social de Internet, que no tengo proyectado sumarme a ninguna y que, fuera de mis colaboraciones en prensa, cualquier otro texto o declaración que encuentran en Internet atribuidos a mí son falsos y, en general, dictados por un odio más o menos risueño o energúmeno.

Siempre me ha llamado la atención la ingente cantidad de pasiones putrescentes que se desaguan en Internet. Algunos amigos que mantienen blog me confiesan que con frecuencia se ven tentados a abandonarlo, ante la avalancha de comentarios ofensivos o desquiciados que un puñado de sórdidos trolls dejan a sus entradas; comentarios que, a su vez, actúan disuasoriamente sobre los usuarios bienintencionados de su blog, a quienes repele participar en semejante pandemónium. Yo mismo, cuando consulto las ediciones electrónicas de los periódicos, me quedo estupefacto ante la retahíla de obscenidades, improperios y calumnias que, en mogollón informe y bilioso, se suceden a las noticias. Y me pregunto si los responsables de tales ediciones electrónicas serán conscientes del daño que tal acumulación de cochambre hace a la credibilidad y prestigio de sus respectivos medios; y, si lo son, por qué permiten su entrada y sedimentación. Algún director de un medio digital especialmente infestado por estos gargajos del odio me ha llegado a confesar –no sé si hipócritamente– que no hay manera de contener la avalancha de inmundicia... salvo que se impida la participación de los usuarios, que es tanto como renunciar a las potencialidades de Internet.

Y es que, en efecto, lo más llamativo y amedrentador del fenómeno es su pujanza, su incoercible pujanza. La pasión putrescente del odio, avivada por el anonimato, ha alcanzado en Internet un ímpetu de marea que todo lo anega... y no hay dique jurídico que trate de detenerla. Y como, entretanto, se han empezado a disponer diques jurídicos contra otros fenómenos infinitamente menos lesivos que florecen en Internet, como la descarga de canciones y películas (que, en puridad, es un servicio de intercambio gratuito que los usuarios entablan sin ánimo de lucro), uno se pregunta si en el mantenimiento de Internet como desaguadero de odios no habrá alguien que salga beneficiado. En un número anterior de esta revista el profesor Santiago Niño Becerra anunciaba que, en un futuro próximo, los gobiernos legalizarían la venta de la marihuana, para «que la gente no sea agresiva y esté tranquila y relajada»; esto es, para que no se revuelva contra los artífices de su miseria, en estos tiempos de vacas flacas y horizonte laboral cada vez más angosto. Y me pregunto si las letrinas de Internet donde se desagua el odio no estarán siendo la marihuana que aparta la agresividad de la gente de los artífices de su miseria, para dirigirla contra quienes la denunciamos.

Pero la pasión putrescente del odio, como cualquier otra droga, genera adicción. Y la descarga compulsiva del odio, disipado el alivio momentáneo que produce, alimenta una mayor reserva de odio, que como el pus de las heridas mal curadas acaba infectando el organismo entero. Nada más sencillo que desviar ese odio hacia quienes ninguna culpa tienen en su génesis; hacia quienes, por ocupar un lugar de relevancia en una sociedad cada vez más arrasada por el resentimiento, o por defender las posturas más enojosas y contrarias al pensamiento establecido, nos hemos convertido en diana de bofetadas. Y como propinar bofetadas en la calle aún acarrea ciertos riesgos (aunque pronto dejará de acarrearlos, si se propinan a quienes previamente han sido señalados como réprobos por el Régimen), se propinan desde las letrinas de Internet.

Uno ya se ha resignado a que se las propinen; pero aún se rebela cuando sabe que se las propinan a quienes todavía me respetan y crédulamente acuden a Facebook o a cualquier otra red social, esperando encontrarme. Sirva este artículo para advertirles que allí nunca me encontrarán.

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